lunes, 25 de abril de 2011

Espiga de arroz

Hoy ha resultado ser un día extraño. Reconozco que por primera vez en mucho tiempo estoy desconcertado. Será mejor que vaya a cenar...

Aunque antes quiero dejarlo por escrito. Tal vez luego tenga que repasarlo. Mejor que comience por el principio. Aunque hoy es festivo en el colegio de mi hija, esta mañana Claudia se levantó e insistió en que la acercara a clase. Por lo visto tenían actividades programadas (no daré detalle) y no quería perdérselas. El plan era que su madre la recogiera directamente. O eso me dijo la niña. Por eso llevamos también la maleta, que dejamos en la conserjería. No era la úncia.

Llegué algo tarde a la oficina. Lo justo para matizar los detalles de una reunión con un grupo de banqueros chinos. Parece que el ICBC ha abierto brecha. Pronto sabremos leer ideogramas. Al tiempo. El caso es que avisaron de que llegarían tarde. La reunión pasaría a ser un almuerzo de negocios. Mejor. Así tendría la manaña libre. Hacia las doce volvieron a llamar. Esta vez cancelando la reunión definitivamente. Lo peor: sin una nueva fecha a la vista. Fue extraño. Dije a Aurelia que tratara de averiguar algo. Es mosqueante. Supone que tiene algo que ver con un incidente en el gobierno chino. Le dije que preparara un informe. Debería haber estado más atento.

Cuando salía para comer llamaron del colegio de Claudia. Nadie había ido a recogerla. Tiene cojones. Salí a por mi hija. De camino llamé a la zorra de su madre. No cogía el teléfono. Llamé al fijo. Nada. Que la follen. Recogí a mi hija y llamé a la oficina. Me tomaría el resto del día libre. Comimos en un restaurante. Sonó el móvil un par de veces, pero lo ignoré. Mi hija necesitaba la atención que le había negado su madre. Y un extra. Pidió carne. Rió mientras se la partía en trocitos. Como cuando era pequeña. La muy zorrilla no dejaba de aludir al brazo roto. Por mi culpa. Sí, pequeña arpía. Me hice el avergonzado. Obedecí sus caprichos sumiso. Luego fuimos al cine. Dimos un paseo. Cosas sencillas.

Hemos llegado a casa hace unos minutos, apenas lo que he tardado e escribir esto. El guardia de la entrada a la urbanización me ha dado un paquete. Mientras Claudia se ponía cómoda y pide unas pizzas lo he abierto en el despacho. Normalmente lo habría hecho delante de ella. Algo me dijo que no lo hiciera. En la alargada bolsa de papel había una caja también larga. Muy larga. Y estrecha. De madera. Sin decoración. Al abrirlo he visto la espada. Y una nota. Ideogramas. Detrás la traducción. Un regalo de la delegación de banqueros chinos excusándose ceremoniósamente. Un regalo excesivo. Un espiga de arroz. Un auténtico sable Miao Dao del siglo XVI. Lo he cogido y dado unos pases con él en el despacho. Me he sentido poderoso. Luego recordé el aviso que me hizo nuestro amigo soñador. Me he asegurado. La espada está afilada. Lo he confirmado. Es un atuéntico regalo de los chinos. La propia Aurelia lo trajo casa...

Suena el teléfono. Es la madre de Claudia. Se ponga como se ponga mi hija dormirá hoy en mi casa. Hoy ha sido un día extraño. Reconozco que por primera vez en mucho tiempo estoy desconcertado. Será mejor que vaya a cenar. 

3 comentarios:

hidalgocinis dijo...

Verde y roja. Perfecto.

no-Faustino dijo...

Tú yo tenemos que hablar. Me pondré en contacto contigo.

hidalgocinis dijo...

Por supuesto, estimado amigo.