Estoy harto.
Probablemente sea lo más cierto que puedo escribir. Y, sin embargo, no es cierto. O no del todo. Porque si realmente estuviera harto haría algo por cambiar mi situación. ¿Es esto algo? Supongo que técnicamente sí. Que venir a gritar en este pozo sin fondo es un paso.
Un paso. Como si caminara hacia alguna parte. Maldito lenguaje. No. Esto no es un viaje. Este blog es más bien un desahogo. Una forma de no pagar a una psicóloga recién doctorada, a la que hacer creer que la necesito para no terminar volándome los sesos, y eventualmente follarme, provocándole de paso una crisis vocacional.
Sí: soy un hijo de puta. Desde su acepción más metafórica a la más literal. Pero eso se supone que no lo sabe nadie. Mentira. Una de las primeras. Otra más. De esas que me han hecho mentir al decir que estoy harto. Porque, en el fondo, me gusta. Me encanta mentir. Ya dije: soy un hijo de puta.
Y un padre de puta. En realidad la idea de este diario me lo dio mi hija pequeña. Sí: mía, no hay duda al respecto. Aprendió a mentir antes que a hablar. En unos años no quisiera ser yo el patán que se cruce en su camino. Pero de ella ya hablaré, supongo, más adelante. El caso es que hoy la pillé (más bien me dejó que la pillara) escribiendo en un cuaderno pequeñito que metió rápidamente bajo el cuaderno más grande donde hacía los deberes.
−¿Qué tienes ahí? −le seguí el juego.
−Nada −, dijo con su cara de princesita Disney.
−Vale –, añadí como si realmente no me importara.
−Es un verdaderódromo.
−¿El qué? –mi pequeña sirena captó mi atención.
−Una libretita donde apunto cosas que son verdad.
−¿Y eso?
−No sé... –, se encogió de hombros no era la pregunta que esperaba. Se quedó mirándome para que se la hiciera. No le di el gusto; ya había tenido suficientes victorias a mi cuenta.
Me vine al dormitorio y me he puesto con esta cura de sinceridad. Por favor. Suena ridículo. Pero el caso es que algo tengo que hacer. Porque sí. Es cierto. Como todo lo que tire por esta exclusa al vacío sin eco. He de reconocerlo: estoy harto
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