viernes, 9 de septiembre de 2011

Un milagro bajo el sol inclemente

Creo que después de todos estos días de prodigios y desgracias, lo más milagroso y quizá alucinante (capaz de ser descrito como una alucinación) fue encontrarnos con Braulio y Adela en medio de la planicie de Castilla la Mancha. Que digo yo que será esto.
Porque hay unos hijos de la gran puta llamados Hijos del Caos que han sobrevivido a la guerra contra los demonios tan sólo para dedicarse a joder todas las señales de tráfico y de señalización que se encuentran a su paso.
El caso concreto es que había llegado un momento en que ni yo mismo podía decidir si estábamos persiguiendo a los Hijos del Caos o buscando a Hidalgo (y en esto debo decir que Andy estaba más enfadado que yo, como si la gota que hubiese colmado el vaso fuese una simple gamberrada). Los caballos campaban un campo seco como sus propios lomos, a la sombra discontinua de unos molinos de viento, cuando oímos un silbido magnífico.
Adela y Brau iban montados en un carro tirado por caballos y se habían plantado en una carretera secundaria para descansar un poco con unas sombrillas.
Cuando llegamos comprobé con gusto que Brau ya casi parecía una persona; osea, al menos vuelve a parecer un yonqui.
Ellos también están buscando a Hidaglo y al parecer Brau tiene un método mágico para rastrearlo. No quiero ni saberlo.
Por supuesto, nos hemos unido y ahora marchamos hacia un castillo abandonado. No sé si lo sabéis, pero Castilla recibe su nombre de los castillos. Ellos estaban buscando a una sombra que no es otra cosa que el poder humanizado y perdido de Hidalgo para predecir asuntos de mierda, así que esta cosa según parece quiere volver a la vida a la que estaba acostumbrada como si fuese un vampiro.
Y los vampiros viven o noviven en castillos, ¿verdad?
Hablando de leyendas... mi espada está empezando a volverse rara. Mucha sangre en su cuenta, supongo. Tengo que intentar contactar con el chino arrepentido que nos la devolvió. La espada me habla por las noches, cuando estoy a punto de coger el sueño, me habla suave; creo que me habla con la voz de Lorena.
Quizá no sea la mucha sangre que he vertido con ella lo que ha activado la espada. Quizá sea la muerte de mis seres queridos.
Ya veremos.

domingo, 4 de septiembre de 2011

DOLOR

Creo que es hora de dar la cara y de dar la cara sobre todo al inmenso dolor que siento por la muerte de mi pequeña. Y de mi mujer también, qué vamos a hacerle.
Sí, ahora estoy poco menos que vacío, y todo por culpa de un mocoso, un niño de esta aldea en la que llevamos ya una semana que no tuvo otra ocurrencia que poner su mano encima de mi mano, sin decir nada.
Ocurrió después de que yo discutiera con todo el mundo. Mi horda de hombres muertos se me reveleaba como si yo les hubiese dado permiso para recuperar sus almas. Decían que no hablaban para sí mismos, pero que querían parar por Andy, por su melancolía, porque todos los hombres tienen derecho a un descanso, porque no somos los únicos peleamos pero quizá sí somos los únicos que peleamos todos los días.
Los mandé al carajo, derribé una mesa e incuso saqué la espada. No sé si la gente de estas cabañas estaba más asustada o menos cuando la zona estaba rodeada de monstruos.
Luego salí a fumarme uno de esos raros cigarrillos que llevamos, que parece un palo y sabe a hierba seca.
El niño se sentí al lado mío en un tocón tumbado y me puso la mano encima de la mano.
Nadie me había tocado desde que Lorena me dió un beso la mañana que murió.
Fue como el pecho me temblara sólo. Luego solté una especie de carcajada, creo, y le cogí la mano al niño y me la llevé a los labios. Entonces rompí a llorar.
La madre salió a llevárselo al poco tiempo, claro está.
Yo no he vuelto a entrar hasta hoy por la mañana, aterido de frío y vacío, como he dicho antes.
Le he preguntado a mis hombres qué debemos hacer. Andy se me ha acercado y me ha dado un abrazo corto y fuerte. "Vamos a dejar de matar durante uno días", me ha dicho.
Le he dicho que me parecía. Creo que todo lo que hay al Sur de Sierra Morena es ahora mismo el lugar más seguro del mundo y nosotros debemos viajar, sin matar, rápidos, porque me temo que un amig necesita nuestra ayuda.
¿Dónde cojones está el tullido Hidalgo?
No quiero perder más gente.
Mi grupo de hombres muertos, aunque han sido liberados de su deuda, han decidido seguirnos.