lunes, 18 de abril de 2011

Al olor de la sangre

Que vivimos en un país de carroñeros no es algo que descubra a nadie. Sólo hay que hacer un poco zapping entre las cadenas de más audiencia para ver qué vende. O por las de menos para ver qué es lo que esperan hacer vender. De hecho una de las campañas mejor situadas (y eso que es de la competencia, me jode reconocerlo) en la parrilla es de una crema con veneno de serpriente que patrocina algunos de los reportajes más viperinos de telecinco. Chapó enemigos. Yo mismo, no lo negaré, soy una hiena. Pero al menos las hienas, al contrario de lo que se piensa, nos buscamos nuestras propias piezas.

Este fin de semana ha sido movidito. Para empezar mi pequeña arpía estaba cabreada conmigo y fingió no querer quedarse en mi piso. Mentía. Aunque su madre no le dio pie a reconocerlo. Ya tenía planes y metió pataleando a Claudia (no, no se llama así mi hija, me permitirás esta mentira piadosa para preservar algo su intimidad) en el coche no sea que me largara solo y le jodiera la noche, en vez de jodérsela el nuevo yogurín del que pretende que me encele. El caso es que a la segunda rotonda Claudia ya estaba calmada. Paré a echar gasolina y le dije que si me decía a qué venía tanta gilipollez le dejaría subir delante. Le encanta sentarse delante. A mi lado. Accedió. Me contó una mentira improvisada. Entendí que simplemente quería hacerse de rogar. Subió delante y todo quedó olvidado. Pero divago. El caso es que el sábado fuimos a patinar al retiro. No le gusta tanto como verme hacer el payaso. No tengo muy buen equilibrio. Siempre acabo cayéndome. El sábado me caí encima de suyo y le partí un brazo. Ha estado desde entonces en el hospital. Un hospital saturado. La fractura requería una cirujía que hasta esta mañana no han podido realizarle. Así pasamos el fin de semana en el Gregorio Marañón.

Sí, el mismo hospital donde también ingresó un farandulero de estos de medio pelo. Un ex cornudo de alguien, un pitoniso o qué. El caso es que ayer por la tarde lo ingresaron y al poco estaba la entrada del hospital lleno de chacales. Los pude ver cuando vino la madre de Claudia y bajé cenar algo a la cafetería. Allí se me acercó uno. Tardé un poco en darme cuenta.

−Perdone, ¿le importa que me siente aquí?, está todo lleno −sí que lo estaba, así que no me importó. Le hice un gesto con el mentón que intuí suficiente para indicarle que tendría sitio pero no charla. No lo captó.
−¿Algún familiar enfermo? Oh, claro... ¿qué pregunta, verdad? −el perro era novato, se le notaba nervioso.
−Espero que no sea algo grave.
−No: mi hija se ha roto el brazo −no sé por qué di tanta información.
−Oh..., vaya, vaya, lo siento...
−Gracias.
−No, de nada, de nada... −el cachorro comenzó a sudar. Tuve una arcada. Literalmente. Intenté evitar verlo y me fijé en la tele. Fue un error. Estaban sacando la entrada del hospital. "Cubriendo" el caso.
−¿Se ha enterado? ¿Sabe quién está aquí?
−No −dije−, y tampoco me interesa demasiado −añadí para que me dejara tranquilo.
−Ah..., vale... perdone −hizo ademán de levantarse, pero se volvió a sentar. Dejé el bocadillo en el plato y me puse a finjir que miraba algo en el móvil.
−Vaya, buen cacharro se gasta. Seguro que tiene una buena cámara −ahí ya le pillé.
−Doce megapixels, grabacion HD...
−Vaya..., ¿y tiene para mucho? con la rotura del brazo digo −el idiota no sabía como pedirme lo que ya sabía que me iba a pedir.
−Un par de días.
−Oh... una pena de fin de semana −opté por ayudarle.
−Sí.
−Bueno, bueno... No hay mal que por bien no venga −me hice el sorprendido.
−¿Cómo?
−Vale que con lo del brazo de su hija... El caso es que podría sacar un dinerillo de esto −acentué el gesto. El tipo se confió, se acercó y bajó el tono.
−Supongo que le darán un pase nocturno, para estar con su hija... Si usted me lo hiciera pasar..., o pudiera conseguirme uno... yo... la agencia le estaría muy agradecido.
−¿Cuánto?
−Bueno, no puedo prometer mucho, pero qué mnos que cien euritos −ahí me carcajeé en su cara. Me levanté y me fui fuera a fumar. El tipejo apareció poco más tarde, guardando un teléfono.
−Oiga... he hablado con mi jefe... y..., lo mismo podemos llegar a trescientos.
Ahí estaba ese pringao. Seguramente un becario. Ofreciéndome la mitad de su sueldo para poder colarse y hacer unas fotos a un estafador que se habría puesto de coca hasta el culo. Al otro lado de la calle estaba el resto de la jauría con cámaras y micrófonos. Detrás de unas vayas que habían instalado los municipales. Rabiosos ante la falta de noticias. Gruñéndose unos a otros. Ladrando en directo. Miré al cachorro. Seguía sudando. Daba asco. Le ofrecí un cigarro. Le dije.
−No voy a darte el pase −intentó decir algo pero no le dejé−. Ni por trescientos mil euros. Lo mismo con estas pintas no lo parece, pero gano al mes lo que tú no ganarás al año en mucho tiempo −el chico se contuvo al mostrar desprecio, o lo tenía tan claro como yo−. Pero voy a hacer algo por ti −ahora era él el sorprendido− voy a seguir hablando contigo un rato y tú mientras vas a ir escribiendo lo que te parezca en tu libretita ¿tendras una no? Bien, tus colegas te están viendo hablar conmigo, pero como tú eres un pringao y yo un desconocido nadie nos hace fotos ni nos grava. Así que cuando termines de inventarte algo te vas para allá como si yo fuera Dios Padre y te hubiera dado las Tablas de la Ley. ¿De acuerdo? Comencemos...

Estuvimos unos mintuos haciendo el paripé, el chico no dejaba de darme las gracias. Una pena. No parecía idiota del todo. No sé qué se inventó. Espero que fuera algo dramático. Impactante. Aunque dudo que mucho más que lo que ha sucedido hace unas horas. Por lo visto el pitoniso se ha estampado contra el aparcamiento. Antes que brotara la sangre seguro que ya había fotografos a su vera. Supongo que mañana me enteraré en la oficina. Sí. A las hienas también nos gusta picotear un poco de mierda ajena de vez en cuando. Y es que nos encanta reírnos.

Por cierto, los buitres aún sobrevolarán algo más el Gregorio Marañón. La guapísima Silvia Abascal está también ingresada. Un ictus. Lo ha comentado la madre de Claudia mientras las llevaba a casa. Me hubiera gustado verla, ha concluído. Me he contenido. No está bien que una niña oiga a su padre llamar zorra a su madre. Aunque sea cierto. Aunque ya lo sepa. Sólo espero no tener tonterías. La Semana Santa es Sagrada para Claudia y para mí.

2 comentarios:

Rebeca Goyri dijo...

En serio, Faustino, eres un tío duro, pero un encanto con tu hija. Me gusta eso. Me da mucha envidia todo ese amor que sientes.

De lo del tipo del hospital, algo sabía, el cantamañanas ese, pero no que se hubiese tirado por una ventana. Qué fuerte.

no-Faustino dijo...

Bueno algunos tienen el valor de hacer lo que deben.