miércoles, 20 de abril de 2011

De Claudia y la Ira

No voy a disculparme por la entrada anterior. No digo en ella nada que no piense (sí, que sois idiotas). Pero lo cierto es que no la habría escrito, o al menos no en ese tono, de no haber estado a punto de quedarme sin Caludia estos días.

Rebeca, lectora asidua y futura ex-amante, deja caer en sus comentarios que le gusta el amor que siento por mi hija. Bien. Se equivoca. No es amor. O al menos no lo que el amor debe ser. Como decía Ortega y Gasset (cito de memoria) el amor es dar. Y, claro, que le doy cosas a Claudia. Pero es de un modo interesado. Puro egoísmo. Lo hago por lo que me da ella a mí. Ya sea el chute químico que revoluciona el cerebro de un padre cuando está cerca de sus hijos. Nada especial. Mera adaptación evolutiva para que las crías no sean avandonadas a su suerte. Así, soy adicto a Claudia.

La verdad es que no tenía ni idea de nada de esto cuando decidí tener descendencia. Fue toda una sorpresa. Una desesperante sorpresa. No. Al principio simplemente me movió el deseo de tener un heredero. De hecho quería un hijo. Un pequeño cabrón que siguiera mis pasos cuando ya no estuviera. Sí, una crisis existencial tópica. Probablemente producida por un desajuste hormonal. Así, busqué un útero fresco y me encargué de convencer a su dueña de que me dejara usarlo a placer. Nunca quise a la madre de Claudia. De hecho nos separamos al poco de nacer mi hija (y comprobar que era mía con varias pruebas de ADN). La verdad es que debería haber optado por un vientre de alquiler en los EE. UU. Pero entonces no sabía lo que sé ahora.

El caso es que cuando la madre de Clauida me insinuó que sería mejor que se fuera con ella a Salamanca en lugar de quedarse conmigo estas fiestas tuve un ataque de pánico. Sin más. Colgué  y me senté en el suelo. El pulso y la respiracióna acelerados. Sudor frío. Temblores. Y un terror infinito. Tardé, pero me recompuse y volví a llamar a mi ex mujer. No me costó convencerla de que lo mejor era cumplir con el acuerdo acerca de la custodia de Claudia que firmamos ante el juez. Fui muy educado. Descargar sobre ella mi ira habría sido un error. Sé que graba las llamadas. Podría usarla contra mí. Tal vez con razón. Poco después escribí la entrada.

Esta tarde fui a por mi pequeña arpía. Hemos llegado a mi casas justo cuando se ha desplomado el cielo sobre Madrid. Hemos estado viendo la tormenta desde el ventanal. Sin más. Uno junto a otro. Inmóviles tras el cristal. Seguros de que la rabia del agua no lo traspasaría. Sin inmutarnos ante los inesperados rayos. Porque Claudia sabe que no pueden hacerle daño a mi lado. Porque yo soy el animal más peligroso del mundo cuando no tengo mi droga a mano.

3 comentarios:

Rebeca Goyri dijo...

futura ex-amante jajajajaja

Me has alegrado el día. Que ha sido bastante jodido, la verdad.

Rebeca Goyri dijo...

Por cierto, puedes plantear el amor como un proceso químico, claro. Pero sigue siendo lo mismo.

Te pierde tu pequeña arpía, hombre duro ;)

no-Faustino dijo...

Danos tiempo, muñeca