domingo, 6 de noviembre de 2011

Acerca de hombres muertos

Voy a hacer caso de lo que me han dicho y escribiré aquello que sólo yo pude ver, ese día, rodeado de muerte retorcida y aullante.
Los hombres tiernos e inexpertos caían como hierba cortada mientras los recios y experimentados permanecíamos en pie tajando y empujano y rezando, supongo que algunos, porque nada de aquella sangre podrido nos cayese en la boca o en las heridas.
Yo avanzaba finalmente sin mirar atrás por el patio de armas de aquella fortaleza. Cada uno de los asaltantes podemos contar nuestra propia historia de horror de supervivencia. Me perdí de mi grupo y estuve más de una hora defendiéndome con Espiga de Arroz sobre una furgoneta. Mis hombre fieles, los hombres a los que había devuelto recientemente su voluntad y su alma, me encontraron cuando ya estaba arrástrándome, pegando patadas y gritando de pura rabia.
Entonces los muertos vivientes comenzaron a destrozarse entre ellos y el Ejército del Dragón se puso en formación de combate mientras en los cielos los dragones luchaban contra las hordas voladoras de Blanca Cueto.
Ganamos una puerta escoltada por columnas de acero, cerrada a cal y canto, pero que nos sirvió de parapeto contra los disparos de rifle del enemigo. Uno de mis hombres tenía un revólver y otro una escopeta de cañones recortados, pero les ordené que guardasen la munición. En cierto momento dejamos de sentirnos acosados por los disparos y cuando me atreví a mirar pude darme cuenta de que los chicos de la mano vacía habían tomado las azoteas de los barracones, arrojando por la cornisa o rompiendo el cuello de los francotiradores del Dragón.
Espiga de Arroz vibraba constantemente en mi mano y yo acertaba a preguntarme: "¿eres Brau, o Hidalgo, o la Sombra?".
Entonces vi algo que me pareció prodigioso. Andy se había abierto paso entre las filas del ejército enemigo y corría hacia mí con tal velocidad que sus pies no parecían tocar el suelo. De hecho, no lo tocaban. Pensé que sólo un músico podía estar tan loco, dado que iba a pie y no llevaba armas. Salimos a cubrirlo y entramos en esa portada metálica y, cuando quise pasar el brazo por su hombro, lo atravesé como se atraviesa la luz de una proyección.
Me pegué contra la pared, aterrado. Uno de mis hombres bajó la mirada, consciente de que Andy no era más que un fantasma.
Ni menos que un fantasma.
- Amigo - me dijo - ha llegado la hora de que nos separemos. Mi cuerpo está en el patio de armas destrozado a machetazos.
Apreté los dientes por toda respuesta, así de cobardes somos los valientes.
- La profecía es falsa; es lo que he venido a decirte, Rodrigo. Tienes que impedir que Rebeca sacrifique a Rolando.
Negué con la cabeza igual que un niño niega que sus padres le hayan vendido a unos violadores, pero Andy levantó sus manos en forma de copa como si fuese a acariciarme la mandíbula.
- Salva a Rolando. Salva el mundo.
Y desapareció. La última imagen que me regaló de sí mismo fue una sonrisa de sincera amistad, de amor, según creo.
La profecía era falsa y mi amigo había muerto para contármelo. Había acudido a mí, y no a otro.
Y la Sombra mentirosa y traidora reposaba en la espada que había en mi mano.
Rugí como el león que dicen que soy y la golpee con toda mi fuerza contra el suelo de mármol de aquella plaza, pero la espada no se rompió.
Vibró con tal fuerza que sentí que mis hombros querían romperse y mis dientes volver dentro de las encías. El suelo se quebró con claridad formando una linea de al menos veinte metros. Salió luz de mi espada durante unos instantes y su vibración se tornó en la súplica de ayuda que mi corazón pedía.
La única persona que tenía tanto poder como para abrirme paso hasta la guarida de Pabrich.
Sahira zu Monoi o, como yo siempre la he conocido.
Blanca.

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