No soy de esos estúpidos que creen poder controlarlo todo. Soy consciente de que hay cosas en la vida, aquellas que no depende de ti mismo, que pueden desvocarse sin más. Aún así mantengo las riendas firmemente amarradas e intento anticipar los movimientos de los que me rodean. Puede que no lo controle todo, pero minimizo las sorpresas. Con todo, estos útimos días ha pasado práctiamente de todo. Ahora que tengo un momento intentaré recapitular y poner algo de orden en mi cabeza contando lo que ha ido sucediendo estos días.
El jueves no conseguí quedar con mi abogado. Finalmente quedaríamos el viernes para cenar. Favor de amigos. Anda hasta el cuello últiamente. Tampoco pude encontrar un momento para estar a solas con Aurelia. Tal vez me esquivara por el tema de las fotos. El caso es que no hubo manera. Le habría mandado un e-mail, pero hay cosas que hay que hablar de frente.
El viernes, Aurelia llegó con las manos vacías en cuanto a los chinos. Me encabroné. Le dije que se dedicara en exclusiva a ello. No sé por qué tomé esa decisión. Fue una estupidez. Al fin y al cabo la chica no es investigadora. Le dije que se tomara el día libre, le di una tarjeta de empresa para lo que necesitara. Le exigí máxima discrección. Estaba tan estúpidamente enfadado que me olvidé excusar el tema de las fotos. Seguro que pensó que mi cabreo venía por ahí. Y no, ojalá hubiera sido eso.
Por la noche salí a cenar con mi amigo el abogado para comentarle lo de la custodia de Claudia. Le llevé las fotos. El maricón se empalmó. No es un decir, fue muy explícito. Siempre que toma vino se me insinua. Pero a lo que iba. Me comentó que según qué juez la conducta de la madre de mi hija podría ser suficiente probada con las fotos.
–Pero según qué juez podría desestimarlas sin más –dijo.
–Demasiado en el aire –dije.
–Sí…, pero… –el jodido no dejaba de pasar las imágenes del venteañero–, si pudiera encontrar al chico…
–No sé si quiero oír el final de la frase.
–Joder, Faustino, hablo de modo profesional –la media sonrisa también era “profesional”–. Si el chico testificara a tu favor y diera fe del comportamiento de tu ex, estaría prácticamente hecho. Recuerda que tenemos más pruebas de otras travesuras... Sí, otras travesuras. El conjunto tomaría cuerpo… Sí sería un patrón de conducta. Podría…–hablaba en modo automático, etaba claro que pensaba en otra cosa: en el pollón del chaval– Podría funcionar.
Acabamos la fiesta cada uno por su lado. Le dejé la cámara para que analizara mejor las imágenes en casa. Según sus palabras: quizás algún detalle delatara dónde se tomaron. Seguro que no dejaría pixel sin babear.
Este fin de semana no me tocaba pasarlo con Claudia. Aún así me llamó el sábado por la mañana su madre. La niña quería ir al cine y ella no podía llevarla. Se moría de ganas por que preguntara el motivo. Simplemente le contesté que la recogería a las cuatro y media. Creí oír entre el ruido de la línea la risita de Claudia. Mi pequeña zorra lleva tiempo escuchando a escondidas las conversaciones telefónicas de sus padres. Fue un sábado agradable. Clauida pasó la noche conmigo. Tras el desayuno la devolví a su madre, quien nos recibió con un camisón transparente. No tiene remedio.
El domingo salí de viaje. Tenemos una campaña importante entre manos. Un lavado de cara de una energética en sudamérica. La reunión era en Barcelona, así que decidí ir con mi propio coche. El viaje en sí serían unas vacaciones. Sin prisa. Desconectado. Parando en las estaciones de servicio donde todos somos anónimos que vienen o van. Un remanso de unas ocho horas de autenticidad, antes de un par de días de mamoneo intensivo. De palabras medidas. De ingeniería del lenguaje. De tejer mentiras por unas monedas de plata.
Regresé el martes. Al atardecer entraba en Madrid. Fue extraño no encontrar tráfico en la M-40. Siempre hay tráfico en la M-40. Pero el martes la autovía estaba prácticamente deiserta. No fue nada sobrenatural. O tal vez sí. Efectivamente: El Partido. Pero mientras conducía no caí. Así estaba de centradao. Con todo entré en estado de alerta. Aceleré para llegar a casa cuanto antes. Desde fuera parecía que todo estaba en orden. Llegué tarde. Habían pasado y revuelto todo. Digo pasado y no asaltado porque la cerradura no estaba forzada. Digo revuelto y no robado porque no parecía que faltara nada. Primero pensé en mi mujer. Tal vez quisiera recuperar la cámara. Pero no. Ella sólo pretendía joderme con las fotos. No le da para llegar a pensar que pudiera usarlas en su contra.
Fui al despacho. Todo revuelto también, pero nada parecía faltar. Salvo la espada. No estaba en el expositor que mi asistente había preparado. Bajé a la bodega. Además de guardar grandes vinos hace las veces de habitación del pánico. No soy un paranoico, en realidad nunca pensé en necesitar algo así. De hecho no hay cámaras ni alarma en la casa. La seguridad de la urbanización, hasta ahora, me parecía suficiente. Pero cuando mi asistente (llamémosle Pedro) entró a trabajar en casa insistió en lo útil que resultaban. Al parecer en otras casas donde había trabajado habían salvado vidas. Le hice caso. No era excesivamente caro montarla. Así que bajé y vi que estaba cerrada. Pedro estaba dentro. Al salir no pudo contarme demasiado. Escuchó pasos en la casa y simplemente se escondió en la bodega.
–Eran por lo menos tres tipos, y gandotes, de haber sido sólo uno… o dos…
–No, claro, hiciste bien. ¿Y la policía, por qué no están aquí ya?
–Es lo que más me asustó. Habían cortado la línea, pero también tenían inibidores porque los móviles no funcionaron.
–Pero en la bodega hay una línea de seguridad.
–También la cortaron. Sabían a lo que venían.
–A por la espada, es lo único que falta.
–Ah, pero la espada no estaba en casa.
–¿Cómo?
–Me va a perdonar la libertad. He visto que escribe un blog y que un conocido suyo le predijo el regalo –mi expresión era mezcla de sorpresa y reproche–. No me lo tome a mal, la primera vez que lo vi fue casual, mientras limpiaba, se dejó encendido el portátil y pensé que quería que lo viera –tiene razón, esos descuidos no son habituales en mí.
–No importa, ¿pero dónde está la espada?
–Sí, eso: el sable. Pues vi que ese amigo suyo vidente le aconsejaba tenerla lista… Así que ayer la envié a afilar.
–Pero ¿qué…?
–Oh, disculpe si me extralimité. Y no se altere, el sitio donde la llevé es muy discreto. Mañana la tendrán preparada.
–Bueno, al menos no la ha robado.
–Y tampoco estará aquí cuando llegue la policía.
–No, no llamaré a la policía, no me interesa airear esto. La madre de Clauida podría usarlo en mi contra.
–Entiendo. ¿Quiere que me encargue de averiguar…?
–Sí, averigua todo lo que puedas, sin que trascienda.
Ayer, a primera hora, fui a por la espada a la dirección que me dio Pedro. Estaba en las afueras. Tampoco importa demasiado. Me entregaron el arma cargada, como dijo el tipo, les pagué en efectivo y poco más. La oculté en el maletero y me marché. Sucedió algo extraño de nuevo. Estaba ya en la M-30. El tráfico era el perezoso de todas las mañanas, aunque ya había pasado la hora punta. La luz descendió bruscamente, como si cuando una nube tapa el sol de repente. Pero no era una nube. Era una bandada de pájaros. Me di cuenta al seguir con la vista otra que apareció por mi derecha en dirección a la que tapaba el sol. También vi luego pájaros dispersos volando en la misma dirección. Seguro que es algo normal, pero me pareció rara esa quedada aviar. En la oficina la mañana fue más o menos tranquila. La tarde parecía una caja de grillos. Todos asomados a las ventanas. Buscando noticias por internet. Algo de unas auroras en la cuidad. No hice caso, me encerré en mi despacho y les dejé ociar. Fue un error, el barullo creció. Cuando salí y di un portazo se callaron todos. Andaban ocupados en sintonizar el España Directo para ver imágenes de los pajaros chocando en el aire. Les abroqué y me volví al despacho.
Sólo hay una cosa realmente preocupante en todo este descontrol: nadie sabe nada de Aurelia desde el viernes.
Me extendido mucho. Creo que ha sido necesario para aclararme. Para ver mejor. Para priorizar. Lo primero es saber de Aurelia. Tal vez nuestro amigo el vidente… Voy a llamar a Pedro.Y a subir la espada al despacho, quiero tenerla a mano. Pero antes recogeré a Claudia para comer juntos.
Disculpad mis divagaciones.